La ventaja evolutiva de este mecanismo de contagio del miedo es obvio. En el pasado, los niños eran más capaces de sobrevivir si captaban con rapidez y efícacia los miedos de sus padres hacia animales, lugares o hechos peligrosos. Es bastante probable que muchos miedos de los niños sean de esta naturaleza, y que muchos de los nuestros tengan también un origen en nuestra propia niñez.
Los miedos y perjuicios hacia otras personas o razas pueden tener su origen en este mismo mecanismo de miedo condicionado causado por la propia reacción del progenitor.
Si una madre de raza blanca teme o desconfía de la gente de color, su hijo tendrá el mismo miedo cada vez que vea a un negro.
Tal vez la madre le aprieta la mano con más fuerza, su mirada se vuelve más sombría o sufre un lapso de atención. Estas reacciones, aunque sutiles, pueden llegar a confundir al niño y asustarlo y éste puede comenzar a temer a los negros asociándolos con el comportamiento tenso y extraño de su madre.
Aunque no se hagan comentarios peyorativos sobre estas razas, y aunque los padres declaren no ser racistas, los niños pueden captar cualquier tipo de perjuicio insconciente que los padres tengan, asimilando estos detalles no verbales.
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